miércoles, 28 de octubre de 2009

Tres años

Hombres demasiado viejos, hombres demasiado jóvenes, hombres heridos, deprimidos y empastillados, hombres de una noche, hombres con ojos celestes e ideales inalcanzables, hombres que aclaran, hombres que se olvidan, hombres con la libido puesta en el trabajo, hombres que quieren pero no pueden, hombres que no quieren.

viernes, 16 de octubre de 2009

Intimidades alfabéticas (no todos los posts tienen que ser un bajón)

Me di cuenta recién de que en mi vida, he estado (en el sentido amplio de la palabra), con un Charlie, un Mike y un Oscar. Me faltan un Romeo y un Víctor y cubro todos los nombres que aparecen en el alfabeto de la OTAN (bueno, y si me agarra el ataque de liberación, una Juliet).

domingo, 2 de agosto de 2009

Los hombres, las mujeres y las expectativas

Creo que las parejas más felices son las parejas en que los dos se reconocen como pares. Y sin embargo, todavía sigo sintiendo que hay hombres que creen que hay mujeres para acostarse y mujeres para casarse. No a un nivel en el que lo puedan decir abiertamente, pero sí en el que actúan en consecuencia de ese pensamiento. Si hoy tuviese un hijo adolescente, trataría de enseñarle justamente a comprender que las mujeres son de carne y hueso, no son ninfas, ni hadas, ni criaturas virginales, y que va a ser más feliz si puede encontrar a alguien que lo acompañe, no a alguien a quien mirar a la distancia. No sé si se entiende lo que quiero decir. Mejor dejo un poema que lo explica bastante claro:

TÚ ME QUIERES BLANCA

Tú me quieres alba,
Me quieres de espumas,
Me quieres de nácar.
Que sea azucena
Sobre todas, casta.
De perfume tenue.
Corola cerrada

Ni un rayo de luna
Filtrado me haya.
Ni una margarita
Se diga mi hermana.
Tú me quieres nívea,
Tú me quieres blanca,
Tú me quieres alba.

Tú que hubiste todas
Las copas a mano,
De frutos y mieles
Los labios morados.
Tú que en el banquete
Cubierto de pámpanos
Dejaste las carnes
Festejando a Baco.
Tú que en los jardines
Negros del Engaño
Vestido de rojo
Corriste al Estrago.

Tú que el esqueleto
Conservas intacto
No sé todavía
Por cuáles milagros,
Me pretendes blanca
(Dios te lo perdone),
Me pretendes casta
(Dios te lo perdone),
¡Me pretendes alba!

Huye hacia los bosques,
Vete a la montaña;
Límpiate la boca;
Vive en las cabañas;
Toca con las manos
La tierra mojada;
Alimenta el cuerpo
Con raíz amarga;
Bebe de las rocas;
Duerme sobre escarcha;
Renueva tejidos
Con salitre y agua;
Habla con los pájaros
Y lévate al alba.
Y cuando las carnes
Te sean tornadas,
Y cuando hayas puesto
En ellas el alma
Que por las alcobas
Se quedó enredada,
Entonces, buen hombre,
Preténdeme blanca,
Preténdeme nívea,
Preténdeme casta.

Alfonsina Storni

viernes, 10 de julio de 2009

Una historia/Una catarsis/Un exorcismo

Cuando mi mamá se enfermó, yo estaba saliendo con alguien. La relación ya estaba desgastada. A pesar de que era médico (o tal vez debido a eso), no supo acompañarme en ese momento. Mientras tanto, había otra persona dando vueltas. Un hombre 15 años mayor que yo. Profesor de la escuela de arte a la que yo iba. A mí me parecía muy atractivo desde antes. La enfermedad de mi mamá fue un momento de mi vida en el que me apoyé mucho en la gente que veía todos los días, que era la gente de la escuela. Y especialmente en él. Él me escuchaba, me acompañaba, me daba un abrazo si me hacía falta, me hacía reír si podía... Empezamos a coquetear seriamente, y una noche, msn mediante, me invitó a su casa. Me dijo que él me pasaba a buscar. Yo di vueltas y vueltas y vueltas, hasta que admití internamente que quería ir y que ya la otra relación no pesaba lo suficiente. Me pasó a buscar y fuimos a su casa. Al día siguiente, llamé a mi novio y corté la relación (ya venía hablándolo de antes, no soy tan mala). Y empecé una relación sin compromisos con el profesor. Sólo lo sabíamos nosotros y algunas amigas mías. Él venía a mi casa, yo iba a su casa. Nos llevábamos extrañamente bien, en todo sentido, y él me escuchaba cuando yo necesitaba hablar.

Los meses que siguieron fueron así: con ayuda de la gente del trabajo, me había podido comprar una laptop para poder trabajar desde el sanatorio, junto a mamá. Nos turnábamos, mi hermana, mi papá y yo. Era un sanatorio bueno pero sin lujos, de monjas. Las mejores intenciones, pero sin wi-fi. Así que cuando mamá se dormía, yo me iba contra una ventana del hall, a captar un mínimo de señal para poder conectarme con el mundo. Muchas veces lo encontraba conectado, y me preguntaba cómo estaba todo, cómo estaba yo, etc. Generalmente la señal no duraba mucho, al primer cambio en el viento se cortaba y ya no podía hablar. Nos mensajeábamos algo por celular (a veces me mandaba mensajes desde internet, cuando se quedaba sin crédito) y después yo seguía trabajando o me iba a dormir.

Llegó febrero, mi mamá ya hacía un mes que no tenía salvación. El 12 de febrero a la tarde entró en coma. La primera persona a la que llamé para contarle fue él. Me dijo que le fuera avisando cómo seguía todo. A las 8 de la noche, falleció. Lo llamé. Me dijo que pasaba por un lugar y se iba para mi casa. Vino a mi casa mientras se preparaba el velatorio. Estaban mi hermana, mi primo y mi tía. Ellos se fueron, y él se quedó conmigo un rato para acompañarme y que yo pudiera dormir un poco antes del velatorio. No sé si dormí 10 minutos, y después me llevó en su auto hasta el lugar y nos despedimos.

Yo había estado muy estresada ese último mes, y un par de días después de que mamá murió me fui una semana a Mar de Ajó. Unos días con una amiga, el resto sola. Necesitaba despejarme. Él me escribía mensajes, me preguntaba cómo estaba. Yo lo llamaba, él me atendía delante de cualquiera (por ejemplo, el director de la escuela).

Volví. Creo que nos vimos una sola vez después de que volví, o tal vez ninguna. Él estaba ocupadísimo, aparentemente. Nos seguíamos cruzando todos los martes en la escuela, pero él ya no me llamaba. Una noche lo esperé después de clase, para charlar un rato. Charlamos hasta que cerraron el edificio. Me saludó con un beso en la boca delante del director de la escuela (y juro que fue él), y se fue. Un semana más tarde, a principios de abril (o sea, un mes y medio después de la muerte de mamá), lo llamé para ver si iba a una obra de teatro esa noche, porque prefería no encontrármelo. Me dijo "Vos y yo tenemos que hablar. Yo te llamo". Pasaron los días, las semanas, los meses. Dejó de hablarme. Me saludaba si me cruzaba en el pasillo, y nada más. Finalmente, un día a fines de junio tomé coraje y le dije que teníamos que hablar. Me dijo que sí, que no había problema. Me citó una hora antes de entrar a su función, al lado del teatro. Nos vimos, y hablamos. De cualquier cosa. Menos de nosotros. Un minuto antes de irse, me dice "¿Te quedó algún tema en el tintero?" Yo, que todavía no salía de mi estupor, le dije que no. Llegué a mi casa y le escribí un mail lleno de alabanzas a su persona, diciéndole que lo consideraba una gran persona, un gran amigo, y que yo sabía que él me había advertido que la relación no era para más. Realmente en ese momento, en mi imposibilidad de agregarme sufrimientos nuevos, lo creía así. No me respondió, ni lo volvió a mencionar.

Y entonces pasó. Aproximadamente en abril del año siguiente, cuando se empezó a desinflamar un poquito el dolor de la muerte de mamá, me empezó a pasar algo extraño: por los agujeros que me habían quedado en el corazón, empezó a fluir un líquido negro, espeso, una especie de petróleo, de sentimientos que habían quedado enterrados y a presión, y de repente empezaban a surgir. Mi primera reacción fue la sorpresa, la perplejidad. Traté de pensar, de entender: ¿cómo puede hacer alguien algo así? ¿Cómo dejás de llamar de un día para el otro a alguien a quien acompañaste durante la enfermedad y la muerte de su madre, a quien conocés hace más de dos años, y con quien tuviste una relación muy íntima durante cuatro meses? Al día de hoy, todavía no lo entiendo. ¿Cuán egocéntrico tenés que ser para no darte cuenta de que estás pateando a alguien que está en el piso? Y no que está en el piso por una tontería, porque se tropezó con una piedrita. Alguien que está tirado y sangrando, por dentro y por fuera.

No volví a hablar con él del tema.

¿Por qué escribo esto? No sé. Ya pasaron más de dos años y medio. Pero por otro lado, creo que es la única persona que me hirió así en la vida. Tan gratuitamente, con tan poco interés por mis sentimientos, por mi sufrimiento. No es que yo esperaba que me propusiera matrimonio. Nada más alejado. Pero sí una charla adulta, y una disponibilidad de su parte para estar, como había estado esos siete meses, o una explicación de por qué no iba a estar. Aprendí que la madurez emocional no es paralela a la edad cronológica (porque vamos, 45 años...). Así que no sé. Supongo que lo escribo para que sea la última vez que lo cuento. Para cerrar de una vez por todas ese capítulo y dejar de desear que desaparezca del mundo para poder respirar más aliviada. Para sentir que me lo puedo cruzar en una audición y no voy a empezar a temblar, de odio e impotencia. Para exorcizarme.

lunes, 15 de junio de 2009

La hamaca

Él estaba solo, yo estaba de novia. Yo le gusté, él me atrajo, pero a distancia. Después corté con mi novio. Él quiso estar conmigo, pero sin compromisos. Yo acepté.
Él fue cariñoso al principio. Yo me enganché.
Él lo percibió y se puso distante. Yo me sentí mal al principio, pero creí que lo había superado y se lo dije.
Él volvió a acercarse y se puso más cariñoso que antes. Yo me enganché.
Él se alejó. Yo, sintiendo que no le iba a molestar, le conté que había estado con otro chico.
Él se puso más cariñoso que nunca. Yo creí que significaba algo y empecé a engancharme de nuevo.
Él lo percibió, y un día me dijo que se había enamorado de otra, así, de repente. Yo estuve súper triste una semana y me dije que basta, que no tenía sentido, que a partir de ese momento sólo me podía relacionar con él sin mezclar los sentimientos y la cama.
Él cortó con la chica (menos de una semana le duró el enamoramiento). Yo lo volví a ver, pero poniendo ahora mi distancia, y le conté que me gustaba otra persona.
Él ahora me escribe, me manda mensajes, tiene ganas de verme... Yo, por suerte, ya no me engancho.

sábado, 30 de mayo de 2009

"Surfear" una ruptura

Pasa muchas veces que uno está en una relación y la relación por alguna causa se agota. De a poquito. No hay una gran pelea, ni un motivo puntual. La relación se desgasta, se estanca en un nivel medio bajo y alguno de los dos decide dejar de remar. Pero en una relación que ha sido fuerte o significativa, no es tan fácil decir "basta" así, sin una justificación percibida. Uno sabe que la relación en un punto no lo satisface, que no es lo que quiere, o que la vida que se vislumbra a largo plazo con esa relación no es la que uno desea. Es en esos casos que muchas veces, como por arte de magia, aparece un tercero. No un tercero cualquiera. Un tercero del que uno siente que se enamora. Tal vez es más activo que la pareja que uno tiene, tal vez es más intenso, tal vez más interesante. La comparación siempre es injusta: es más fácil ver los defectos de la persona que uno tiene al lado que los de alguien al que ve cada tanto. Pero no importa. Lo que importa es que uno está enamorado, y de repente tiene la excusa perfecta para cortar esa relación que le costaba cortar. No es que yo sea mala persona, es que me enamoré de otro, y contra eso no se puede luchar. El amor es el amor, el corazón tiene razones, etc. Y uno corta. Y se pone a salir con el otro. Y se convence de que ese otro es el amor de su vida, la persona perfecta, lo que uno estuvo esperando todo este tiempo sin darse cuenta.

Y de golpe, algo sale mal. Esa persona no era todo lo que uno esperaba, todo lo que uno quería. No llena las expectativas que uno había puesto en esa relación. Y ahí es donde uno se estrella. Feo. Se cae desde muy alto, y no entiende qué pasó.

A mi entender, el proceso es el siguiente: uno necesita separarse, aunque no lo admita. La pareja actual es buena persona y no se merece el abandono, pero uno ya no es feliz. Pero uno necesita sentir que no es una persona horrible que va a lastimar gratuitamente a otro. Y por otro lado, uno no quiere tomar concientemente la decisión de dejar una relación con una buena persona para quedarse solo. Entonces, ¿qué hace la mente? Encuentra la excusa perfecta, el amor. El gran problema es que al cortar una relación y empezar otra, uno no termina de procesar del todo la otra ruptura. No se enfrenta del todo con la magnitud de lo que hizo, con el dolor que significa cortar una relación importante. "Surfea", o "sobrevuela", o "planea" la separación (o así es como yo lo visualizo, al menos). No cae del todo en cuenta de lo que pasó. En vez de analizar y cerrar bien el pasado, mira al futuro, que se ve brillante. Pone en la nueva relación todas las expectativas. Pero la nueva pareja también es una persona, con virtudes y defectos, igual que la anterior. Y la nueva relación no siempre puede soportar semejante presión. Y de golpe, se termina. Y ahí es donde uno, en un segundo, procesa dos rupturas muy fuertes, una de la relación que cortó, y otra de la que se acaba de terminar. Todo junto, todo de golpe. Como si lo atropellara un camión. Como si se cayera de un edificio. Sólo que con la segunda relación, subió del piso 70 al piso 100. Así que el golpe es mucho más fuerte. Uno sentía que no tenía que preocuparse porque había tomado la decisión correcta, porque había elegido lo que realmente sentía y quería, y de golpe entiende que no era tan así, que la elección había tenido muchas otras motivaciones. Y el vacío doble y repentino es terrible.

A mí me pasó, y temo que le pueda llegar a pasar a una amiga en el futuro próximo. Espero que no. De todos modos, como amiga, no es algo que se pueda decir. No hay consejo posible. La única opción es esperar en la planta baja con los brazos abiertos, por las dudas.

miércoles, 20 de mayo de 2009

El CV de la vida

Cuando me piden un CV para un trabajo, sé perfectamente qué poner y qué priorizar. Si el trabajo es de traductora, pongo bien arriba mi experiencia laboral. Si el trabajo es como docente, me ocupo de que se vean bien mis títulos y mi posgrado (y lo artístico va como "Otros intereses"). Si es un trabajo artístico, obviamente van en lugar visible mis estudios de canto, teatro, comedia musical, y el resto va en segundo plano. Nunca pondría mi colegio secundario, porque además de ser irrelevante, da pena. Tampoco pondría a una escuelita de comedia musical como un estudio académico.

Todo eso lo puedo hacer porque sé qué quiere saber de mí el que lo lee, y qué no le interesa saber, y qué no me conviene que sepa.

Ahora, cuando una quiere presentarle su "CV", por así llamarlo (a fin de cuentas, el término se refiere más a la vida que al trabajo), a un hombre que no sabe casi nada de una, ¿por dónde empieza? ¿Qué es lo importante? ¿Qué es lo que no hay que poner jamás?

Mi edad: ¿bueno o malo? ¿Todos los hombres creen que las mujeres de 30 estamos desesperadas por casarnos? ¿Que llevamos el vestido de novia en la cartera? ¿Es mejor decir "25" y seguir la mentira hasta el extremo?
Mi trabajo: ¿bueno o malo? Imagino que cuando uno dice que trabaja desde su casa, la gente se imagina una especie de ratón de biblioteca, pálido y poco atractivo, despeinado y trabajando en un jogging/piyama. Pero tampoco puedo omitir el dato, o inventar otra cosa.
Mi independencia: ¿buena o mala? ¿Los hombres quieren una mujer independiente o les asusta? Yo creo que no saldría conmigo si a los 30 siguiera viviendo en lo de mis padres. Pero de golpe veo hombres de 30 con chicas de 22, o menos, que todavía viven con los  padres y no tienen ningún proyecto laboral, ni de independencia económica, y pienso que tal vez les resulte menos intimidante, no sé.
Mis estudios artísticos: ¿buenos o malos? La gente piensa "actriz", e inmediatamente piensa "egocéntrica, histérica, hueca". Yo no entro en el estereotipo, y ni siquiera me considero actriz, sólo alguien que estudia teatro. ¿Lo menciono o no lo menciono?
La docencia: ¿buena o mala? Hay gente que piensa que los docentes son siempre profesionales fracasados. O ñoños sin remedio. 

Claramente no se puede poner "soy linda", o "soy buena novia", o "soy buena en la cama". No son cosas que uno pueda decir de uno, aunque serían excelentes argumentos de venta. 

Hace dos días que quiero escribir un mail para presentarme a alguien, y todavía no logro saber si debo poner todo eso, un poco, o simplemente decirle "Hola, ¿te gustaría conocerme a ciegas?"